Esclavitud sin Comillas
La estatua de Antonio López y López, el Marqués de Comillas, el famoso traficante de esclavos del siglo XIX, ha desaparecido. Su figura ya no está allí donde estuvo plantada tantos años, pero el espíritu del marqués sigue presente en nuestros días. Como ejemplo, valgan las historias de las tres personas que aparecen retratadas aquí. Sory, Sidy y David, tres ejemplos de vidas en las que la esclavitud del siglo XXI se hace cuerpo.
Sory lleva 11 años en Barcelona sin papeles, su vida se encuentra en un torbellino de difícil salida. No tiene acceso al paro ni a ninguna otra ayuda. «Llevo diez años sin papeles y sin trabajo. Cuando voy a solicitar uno, me piden los papeles, y cuando solicito los papeles, me exigen un contrato». Todas las veces que ha conseguido trabajar, ha hecho todo lo posible por que lo contrataran, pero nunca lo ha conseguido: «Si no estás dispuesto a trabajar sin contrato y sin seguro, no hace falta que vuelvas mañana», le dijo una vez su capataz, y Sory no volvió.
Sidy tuvo algo más de suerte y no tardó mucho en conseguir los papeles. Sin embargo, esto no le ha salvado del racismo ni de la explotación laboral en muchas de las tareas que ha realizado en el campo y en diferentes fábricas. «Cuando estalló la crisis mi jefe se fugó y estuvo ocho meses sin pagarnos. Cuando finalmente regresó, cambió mi contrato de ocho horas por uno de cuatro, pero en la práctica yo trabaja de diez a doce horas. Me quejé y automáticamente me echó a la calle». Ahora, Sindy trabaja sin contrato y vive al día: «Salgo cada mañana con mi bici a buscar trabajo en el campo. Nunca sé cuándo voy a regresar».
David (nombre ficticio) ha solicitado asilo en España y, aunque tiene derecho a residir aquí hasta que se resuelva su solicitud, no puede trabajar. Su precaria situación económica y la necesidad de mantener a la familia que tiene a su cargo en su país de origen, le fuerzan a trabajar de manera irregular y en condiciones muy malas. «Trabajé a cambio de 10 euros al día porque me prometieron un contrato. El capataz era un fabricante de palets del que nunca supe nada. Me venía a recoger cada mañana a una estación de metro de las afueras de Barcelona y me llevaba en furgoneta hasta la fábrica, una antigua nave sin nombre. Cada día íbamos por un camino diferente. En la fábrica trabajaba hasta 12 horas y, después, el capataz me llevaba de vuelta hasta la estación, siempre en zigzag para que no pudiera conocer la ubicación exacta de la fábrica. Al cabo de seis meses trabajando así, me di cuenta de que el prometido contrato nunca iba a llegar»
#EsclavitudSinComillas
Aquí os dejamos un Padlet que creamos para la ocasión con más información.
* Esclavitud sin Comillas es el resultado del Taller de Acción Fotográfica (TAF!) en colaboración con Ruido Photo y SOS Racisme Catalunya.